Día de la unidad

El día 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín, fue el momento culminante de un proceso casi revolucionario. Los ciudadanos de la RDA tuvieron un protagonismo que se destacó bastante: en algunos casos, porque trataron a toda costa de abandonar un Estado que les negaba estrictamente la libertad de circulación y, mediante la ocupación de embajadas en países extranjeros, finalmente forzaron su salida; en otros, porque proclamaron a gritos su voluntad de permanecer en la RDA, pero siempre y cuando se introdujeran reformas sustanciales, algo que el régimen no podía consentir, so pena de precipitar su hundimiento. Presa de esa doble acometida, la RDA se desmoronó como un castillo de naipes en tan solo cuestión de meses y pese a las inmensas medidas de seguridad imperantes, ello allanó el camino para superar la división de Alemania y alcanzar su reunificación el 3 de octubre de 1990.

En Alemania, a comienzos del año 1989, apenas había nadie –ni en el Este ni en el Oeste– que siquiera barruntara que la celebración, ese mismo otoño, del cuadragésimo aniversario de la RDA sería la última, que el Muro de Berlín desaparecería de inmediato y que la Alemania dividida en dos Estados se (re)unificaría. Nadie pensó que a la postre y como consecuencia de ello, se disolverían las constelaciones políticas mundiales que venían marcando la política europea de postguerra desde hacía más de cuatro décadas. Las cosas sucedieron de manera muy distinta. De repente, la historia, esa historia que en Europa se había movido a un ritmo cansino durante décadas, aceleró el paso y terminó desbocándose. La velocidad del proceso desconcertó incluso a quienes no intervinieron directamente en el curso de los acontecimientos sino que fueron meros espectadores. El 12 de septiembre de 1990, solo diez meses después de la caída del Muro, la reunificación de Alemania se hizo posible en virtud del Tratado 2+4.